Comentario
Cómo fue Gonzalo de Sandoval a Tlascala por la madera de los bergantines, y lo que más en el camino hizo en un pueblo que le pusimos por nombre el Pueblo-Morisco
Como siempre estábamos en grande deseo de tener ya los bergantines acabados y vernos ya en el cerco de México, y no perder ningún tiempo en balde, mandó nuestro capitán Cortés que luego fuese Gonzalo de Sandoval por la madera, y que llevase consigo doscientos soldados y veinte escopeteros y ballesteros y quince de a caballo, y buena copia de tlascaltecas y veinte principales de Tezcuco, y llevase en su compañía a los mancebos de Chalco y a los viejos, y los pusiesen en salvo en sus pueblos; e antes que partiesen hizo amistades entre los tlascaltecas y los de Chalco; porque, como los de Chalco solían ser del bando y confederados de los mexicanos, y cuando iban a la guerra los mexicanos sobre Tlascala llevaban en su compañía a los de la provincia de Chalco para que les ayudasen, por estar en aquella comarca, desde entonces se tenían mala voluntad y se trataban como enemigos; mas como he dicho, Cortés los hizo amigos allí en Tezcuco, de manera que siempre entre ellos hubo gran amistad, y se favorecieron de allí adelante los unos de los otros. Y también mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval que cuando tuviesen puestos en su tierra los de Chalco, que fuesen a un pueblo que allí cerca estaba en el camino, que en nuestra lengua le pusimos por nombre el Pueblo-Morisco, que era sujeto a Tezcuco; porque en aquel pueblo habían muerto cuarenta y tantos soldados de los de Narváez y aun de los nuestros y muchos tlascaltecas, y robado tres cargas de oro cuando nos echaron de México; y los soldados que mataron eran que venían de la Veracruz a México cuando íbamos en el socorro de Pedro de Alvarado; y Cortés le encargó al Sandoval que no dejase aquel pueblo sin buen castigo, puesto que más merecían los de Tezcuco, porque ellos fueron los agresores y capitanes de aquel daño, como en aquel tiempo eran muy hermanos en armas con la gran ciudad de México; y porque en aquella sazón no se podía hacer otra cosa, se dejó de castigar en Tezcuco.. Y volvamos a nuestra plática, y es que Gonzalo de Sandoval hizo lo que el capitán le mandó, así en ir a la provincia de Chalco, que poco se rodeaba, y dejar allí a los dos mancebos señores della, y fue al, Pueblo-Morisco, y antes que llegasen los nuestros ya sabían por sus espías cómo iban sobre ellos, y desamparan el pueblo y se van huyendo a los montes, y el Sandoval los siguió, y mató tres o cuatro porque hubo mancilla dellos; mas hubiéronse mujeres y mozas, e prendió cuatro principales, y el Sandoval los halagó a los cuatro que prendió, y les dijo que cómo habían muerto tantos españoles. Y dijeron que los de Tezcuco y de México los mataron en una celada que les pusieron en una cuesta por donde no podían pasar sino uno a uno, porque era muy angosto el camino; y que allí cargaron sobre ellos gran copia de mexicanos y de Tezcuco, y que entonces los prendieron y mataron, y que los de Tezcuco los llevaron a su ciudad, y los repartieron con los mexicanos (y esto que les fue mandado, y que no pudieron hacer otra cosa); y que aquello que hicieron, que fue en venganza del señor de Tezcuco, que se decía Cacamatzin, que Cortés tuvo preso y se había muerto en las puentes. Hallóse allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que mataron, por las paredes, que habían rociado con ella a sus ídolos; y también se halló dos caras que habían desollado, y adobado los cueros como pellejos de guantes, y las tenían con sus barbas puestas y ofrecidas en unos de sus altares; y asimismo se halló cuatro cueros de caballos curtidos, muy bien aderezados, que tenían sus pelos y con sus herraduras, colgados y ofrecidos a sus ídolos en el su cu mayor; y halláronse muchos vestidos de los españoles que habían muerto, colgados y ofrecidos a los mismos ídolos; y también se halló en un mármol de una casa, adonde los tuvieron presos, escrito con carbones: "Aquí estuvo preso en sin ventura de Juan Yuste, con otros muchos que traía en mi compañía." Este Juan Yuste era un hidalgo de los de a caballo que allí mataron, y de las personas de calidad que Narváez había traído; de todo lo cual el Sandoval y todos sus soldados hubieron mancilla y les pesó; mas ¿qué remedio había ya que hacer sino usar de piedad con los de aquel pueblo, pues se fueron huyendo y no aguardaron, y llevaron sus mujeres e hijos, y algunas mujeres que se prendían lloraban por sus maridos y padres? Y viendo esto el Sandoval, a cuatro principales que prendió y a todas las mujeres las soltó, y envió a llamar a los del pueblo, los cuales vinieron y le demandaron perdón, y dieron la obediencia a su majestad y prometieron de ser siempre contra mexicanos y servirnos muy bien; y preguntados por el oro que robaron a los tlascaltecas cuando por allí pasaron, dijeron que otros habían tomado las cargas dello, y que los mexicanos y los señores de Tezcuco se lo llevaron, porque dijeron que aquel oro había ido de Montezuma, y que lo había tomado de sus templos y se lo dio a Malinche, que lo tenía preso. Dejemos de hablar desto, y digamos cómo fue Sandoval camino de Tlascala, y junto a la cabecera del pueblo mayor, donde residían los caciques, topó con toda la madera y tablazón de los bergantines, que la traían a cuestas sobre ocho mil indios, y venían otros tantos a la retaguardia dellos con sus armas y penachos, y otros dos mil para remudar las cargas que traían el bastimento; y venían por capitanes de todos los tlascaltecas Chichimecatecle, que ya he dicho otras veces en los capítulos pasados que dello hablan, que era indio muy principal y esforzado; y también venían otros dos principales, que se decían Teulepile y Teutical, y otros caciques y principales, y a todos los traía a cargo Martín López, que era el maestro que cortó la madera y dio la cuenta para las tablazones, y venían otros españoles que no me acuerdo sus nombres; y cuando Sandoval los vio venir de aquella manera hubo mucho placer por ver que le habían quitado aquel cuidado, porque creyó que estuviera en Tlascala algunos días detenido, esperando a salir con toda la madera y tablazón; y así como venían, con el mismo concierto fueron dos días caminando, hasta que entraron en tierra de mexicanos, y les daban gritos desde las estancias y barrancas, y en partes que no les podían hacer mal ninguno los nuestros con caballos ni escopetas; entonces dijo el Martín López, que lo traía todo a cargo que sería bien que fuesen con otro recaudo que hasta entonces venían, porque los tlascaltecas le habían dicho que temían aquellos caminos no saliesen de repente los grandes poderes de México y les desbaratasen, como iban cargados y embarazados con la madera y bastimentos; y luego mandó Sandoval repartir los de a caballo y ballesteros y escopeteros, que fuesen unos en la delantera y los demás en los lados; y mandó a Chichimecatecle que iba por capitán delante de todos los tlascaltecas, que se quedase detrás para ir en la retaguardia juntamente con el Gonzalo de Sandoval, de lo cual se afrentó aquel cacique, creyendo que no le tenían por esforzado; y tantas cosas le dijeron sobre aquel caso, que lo hubo por bueno viendo que el Sandoval quedaba juntamente con él, y le dieron a entender que siempre los mexicanos daban en el fardaje, que quedaba atrás; y como lo hubo bien entendido, abrazó al Sandoval y dijo que le hacían honra en aquello. Dejemos de hablar en esto, y digamos que en otros dos días de camino llegaron a Tezcuco, y antes que entrasen en aquella ciudad se pusieron muy buenas mantas y penachos, y con atambores y cornetas, puestos en ordenanza, caminaron, y no quebraron el hilo en más de medio día que iban entrando y dando voces y silbos y diciendo: "Viva, viva el emperador, nuestro señor, y Castilla, Castilla, y Tlascala, Tlascala." Y llegaron a Tezcuco, y Cortés y ciertos capitanes les salieron a recibir, con grandes ofrecimientos que Cortés hizo a Chichimecatecle y a todos los capitanes que traía; e las piezas de maderos y tablazones y todo lo demás perteneciente a los bergantines se puso cerca de las zanjas y esteros donde se habían de labrar; y desde allí adelante tanta priesa se daba en hacer trece bergantines el Martín López, que fue el maestro de los hacer, con otros españoles que les ayudaban, que se decían Andrés Núñez y un viejo que se decía Ramírez, que estaba cojo de una herida, y un Diego Hernández, aserrador, y ciertos carpinteros y dos herreros con sus fraguas, y un Hernando de Aguilar, que les ayudaba a machar; todos se dieron gran priesa hasta que los bergantines estuvieron armados y no faltó sino calafetearlos y ponerles los mástiles y jarcias y velas. Pues ya hecho esto, quiero decir el gran recaudo que teníamos en nuestro real de espías y escuchas y guarda para los bergantines, porque estaban junto a la laguna, y los mexicanos procuraron tres veces de les poner fuego, y aun prendimos quince indios de los que lo venían a poner, de quien se supo muy largamente todo lo que en México hacían y concertaba Guatemuz; y era, que por vía ninguna habían de hacer paces, sino morir todos peleando o quitarnos a todos las vidas. Quiero tornar a decir los llamamientos y mensajeros en todos los pueblos sujetos a México, y cómo les perdonaba el tributo y el trabajar, que de día y de noche trabajaban de hacer cavas y ahondar los pasos de las puentes y hacer albarradas muy fuertes, y poner a punto sus varas y toraderas, y hacer unas lanzas muy largas para montar los caballos, engastadas en ellas de las espadas que nos tomaron la noche del desbarate, y poner a punto sus hondas con piedras rollizas, y espadas de a dos manos, y otras mayores que espadas, como macanas, y todo género de guerra. Dejemos esta materia, y volvamos a decir de nuestra zanja y acequia, por donde habían de salir los bergantines a la gran laguna, que estaba ya muy ancha y honda, que podían nadar por ella navíos de razonable porte; porque, como otras veces he dicho, siempre andaban en la obra ocho mil indios trabajadores. Dejemos esto, y digamos cómo nuestro Cortés fue a una entrada de Saltocan.